Y de nuevo, lunes.
Llegué a clase tarde, como siempre. Pero esta vez, en lugar de risas, cause palidez. Esa blancura pareció extenderse incluso a las hojas del árbol que había visto crecer siempre desde la ventana. Y mis compañeros, cuyo terror se veía claramente reflejado en los ojos, no fueron capaces de volver a su expresión natural. Ni siquiera Laura, mi compañera de pupitre desde que mi memoria es capaz de retener. Me senté a su lado, pero mis esperanzas de recibir cualquier tipo de explicación, se vieron consumidas al ritmo en el que Laura se levantaba y alejaba su mesa de la mia.
Yo, que ya me sentía desplazada por las innumerables veces en que había llegado a pensar que ella, pes a ser mi única amiga, permanecía junto a mi por compasión.
Pasan las horas, y las diferentes asignaturas insoportables propias de un lunes. Pero esta vez, en lugar de evadirme y no seguir el ritmo de la clase, como era ya rutina, insistía en hacerlo. No entendía por qué, pero estaba hambrienta, y un insoportable e insaciable picor parecía estar quemándome la cara. Ningún profesor me había dirigido la mirada, y llegué por un momento a dudar, si el rechazo de Laura podría deberse únicamente a un rumor absurdo, y no a nada que tuviera relación con mi aspecto.
De camino a casa, noté que el picor extendía, y mi piel, antes demasiado áspera, parecía ahora estar desprendiéndoseme de la cara. Corrí hacia casa, y en el portal topé con una vecina. Una señora anciana, dulce, que no tenía una gran vista, ya que siempre que me la encontraba, me llamaba Alba porque me confundía con mi hermana. Me saludó entonces, llamándome por ese mismo nombre, y por un momento, pude respirar aliviada. ''Probablemente será la alergia'', pensé. Aún no sabía porque, pero durante esta época del año, las erupciones parecen desaparecer del resto y concentrarse todas sobre mi.
Giré la llave de mi casa, aún vacía, y fui directamente a verme al espejo del baño. ¡El horror invadía ahora mi cara! Quizás en todos los aspectos posibles. La piel se me desprendía sin cesar, e inmensas matas de pelo crecían ahora sobre esas zonas. Corría hacía mi cuarto, para que cuando mis padres llegasen no se pusieran histéricos pensando que estaba llegando al final de mi vida. Eché el pestillo y me metí en la cama. No entendía nada pero pensaba que si me dormía pronto todo ello desaparecería. Mi cabeza no era ya capaz de pensar en otra cosa. Tras varias horas, no sé exactamente cuantas, picaron a mi puerta. ''Cariño, ¿te encuentras bien?¿Te preparo la cena?'' Quería decir que no, pero mis tripas parecían no cesar en llanto, aclamando comida.
Así me dispuse a salir. Pero cuando me levanté de la cama, todo mi cuerpo sentía la impetuosa necesidad de reposar sobre el suelo. Así que, a duras pensar, y como si de un animal se tratase, recorrí a cuatro patas el camino hacia la puerta. La abrí, esperando el consuelo de mi madre, ya que mis lágrimas no había dejado de desprenderse de mis párpados. Pero en lugar de eso, ella empezó a gritar. ''¡Mamá soy yo! ¡Ayúdame!'', pero no me oía, solo alzaba aún más la voz. Echó entonces a correr hacía la puerta. Mi padre, que había contemplando a escondidas la escena, se abalanzó sobre mi. ''¡Pide ayuda!'', le exigió a mi madre. Ella le obedeció.
Tras varios minutos postrada en el suelo bajo el musculado cuerpo de mi padre, alguien llamó a la puerta. Era mi madre, que había permanecido fuera a la espera de ayuda. Entraron entonces tres hombres con un uniforme de una protectora de animales. Yo, trataba de gritar, pero tras ahogados esfuerzos, llegué a la conclusión de que ni si quiera me comprendían.
Y tras sentir una punzada en la espalda, caí rendida. En lo que a mi me parecíó un instante, desperté. Ahora sólo visualizaba barrotes. ''¿Me había apresado a causa de mi alergia?'', me pregunté.
Tras varios días a la espera de ayuda, me resigné. Aún no sabía cuál había sido la causa de la que ahora era mi desdicha, y no pude hacer más que llorar.
Mi tiempo allí, me hizo pensar que quizás mamá me mintió, y aún se seguían odiándonos por se negros.
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