En el periodo de ocho años, Hércules habia llevado a cabo diez trabajos. Pero debido a la desconfianza de Euristeo sobre la ejecución de la muerte de Hidra y la limpieza de los establos de Áugeo, le encomendo una nueva tarea. Su nueva tarea consistía en viajar hasta los confines del mundo y para llevarle las manzanas de oro de las damas de la nohe, también conocidas como Hespérides (hijas del titán Átlas). Todas ellas vivían cerca de su padre en un jardín protegido por un dragón con 100 cabezas que era llamado Ladón. Allí se encontraban las manzanas que Hera
había recibido de Gaya como regalo de boda.
Hércules desconocía el paradero de dicho jardín, lo que le hizo vagar sin rumbo durante un tiempo. Siguiendo el consejo de dos ninfas, pidió ayuda al dios marino Nereo, quien poseía el don de transformarse para escapar si veia en peligro su integridad ante cualquier enemigo. Este cedió tras sucumbir a la fuerza de Hércules y pasar por todas las formas posibles. Le dijo entonces donde se encontraba situado el jardín.
Finalmente llegó a él tras otra serie de aventuras. Permaneció en las montañas del Cáucaso, donde liberó al titán Prometeo, que había
sido castigado por Zeus tras haber abatido al águila que le picaba el
hígado incesantemente. En Libia, Hércules se batió a
muerte en un combate con el hijo de Gaya, un gijgante. Hércules vió renobadas sus fuerzas por su madre, lo que le ayudó a acabar con la vida del gigante.
En Egipto, se enfrentó a un Rey cuya dicha residia (según un adivino) en acabar cada año con la vida de un extraño en sacrificio a Zeus.
Cuando el rey alzó el hacha, el mango se rompió e hizo que acabase con su propia vida, la de su hijo, y la de todos los presentes.
Cuando finalmente llegó al jardín,
Hércules pidió ayuda a Atlas, que gustosamente fue en busca de las
manzanas de sus hijas mientras el héroe sostenía sobre sus hombros la bóveda celeste. A su vuelta se ofreció a entregarle el mismo las manzanas al rey, ya que no le gustaba
sostener la pesada carhad el firmamento. Pero Hércules recapacitó y tras agradecerle su iniciativa, le pidió que le pusiese bien la bóveda sobre los
hombros con un cojín para no hacerse daño. Atlas accedió y la sujetó. Partió entonces Hércules aprovechando la situación. Tras su vuelta a Micenas le presento las manzanas al Rey.
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